Es en la plena adolescencia cuando la inestable Anne Di llega a España. Una joven cargada de una sensibilidad particular reforzada por el hecho de haber vivido su infancia en Sudamérica en donde -sólo hay que escuchar un par de tangos para entenderlo- impera una forma de ser sombría.
Un día venía una gana inmensa de no hacer nada, de no ir a ningún lado, de no ver a nadie, de llorar por algo que ni siquiera tiene nombre. Al principio sobreviene la confusión, más tarde termina por convertirse en miedo si tales estados de ánimo se repiten y se prolongan. Sabía que no era nada nuevo, era, simplemente, un episodio de melancolía.
La joven descubre el cante jondo y la música flamenca. Este descubrimiento parece ayudarla a canalizar su sufrimiento, pero, en realidad, le orilla a adoptar su faceta más sombría. Estudia danza flamenca y se vuelve muy diestra con las palmas y, en general, con los instrumentos rítmicos. Su familia, pese a dedicarse a actividades artísticas, logra una estabilidad económica que les permite viajar y, en un sentido general, vivir bien, pero no dejan de reprocharse el no contar con un estatus y un nivel de vida más burgués. [+]